La idea de escribir sobre amar la vulnerabilidad no es original mía ni de ahora, hace unos dos años coincidí en una escuela en Suiza con una gente maravillosa y allí rodeados por los Alpes, hablamos largo y tendido sobre la necesidad de aceptar la propia vulnerabilidad y la necesidad de crear entornos seguros. Desde entonces, yo misma me he estado peleando con mi vulnerabilidad; auto-observando esa cajita interna vacía que si la sacudes suena como unas maracas… ¡así suena la vulnerabilidad!
Los seres humanos, tendemos a ocultar esa música interna tan única y especial – ¿por qué ocurre esto? Probablemente ocurre porque el imaginario colectivo, la sociedad en la que vivimos, nos empuja a idolatrar “la heroicidad contemporánea”. Hemos pasado de idolatrar las estatuas de los grandes “hombres” (*) que consiguieron sobrevivir a la caducidad de las vidas particulares a idealizar otras grandes estatuas que existen en los periódicos, las revistas de belleza, la televisión… “los grandes hombres, los líderes influyentes y las mujeres de eterna belleza que pueden con todo”. Esta idealización de la figura humana nos hace un flaco favor, porque sin querer nos bombardea los sentidos con mensajes empapados en… “no eres suficiente”, “no lo has logrado”, “tu relación no es lo suficientemente perfecta”, “no eres inteligente”, “no eres sexy”, “eres pobre”, “eres imperfecta”.
No es ruido, es música. Tu música.
Las personas diferentes, diversas… viajan por el mundo con un distintivo que los demás no tienen. Esto que no sé cómo se llama desde el punto de vista científico, yo lo conozco como música interna. La “diferencia” en la sociedad en la que vivimos hace ruido, sobre todo si es perceptible y visible ante los demás. Las personas diferentes caminan por el mundo muchísimo más expuestas, porque aunque cada uno de nosotros somos diferentes en esencia, la sociedad nos empuja a la “homogenización” y a la presión de calzar a la fuerza “el zapato de la normalidad” que en muchas ocasiones nos hace daño y no nos sirve para caminar. Algunas de estas personas, han comprendido que su diferencia es la melodía de una canción única que les pertenece y les acompaña “en el ser en el mundo”. Todos y cada uno de nosotros deberíamos aprender a amar aquello que nos acompaña en el mundo. Pero no lo hacemos. Hay muchas personas que interpretan su propia música como un ruido insoportable y muchas otras no consiguen avanzar porque no encuentran un zapato de su número.

Os recomiendo el libro de Isabelle Carrier «El cazo de Lorenzo» que cuenta la historia de un niño diferente.
La sociedad del verbo “Ser, Tener, Demostrar, Vencer”
Hace poco unos padres me dijeron que le pondrían a su primer hijo el nombre de Otelo. – ¿Otelo? – dije sorprendida. – ¿Suena grande verdad? – me respondieron. Y a mi mente llega la tragedia de Otelo, la de Shakespeare cuando asfixia a Desdémona, su mujer porque era demasiado bella y tenía miedo a que le fuese infiel. No era grande Otelo.
A veces los padres tienden a proyectar esa “grandeza ilusoria” en sus hijos, sobre-satisfaciendo sus necesidades, cumpliendo todos sus gustos y preferencias a cada instante… invitándolos al pensamiento narcisista en su vida adulta, en donde el otro siempre tiene que satisfacer los antojos propios. Nosotros queremos una sociedad libre e inclusiva – ¿verdad? Luego enseñemos a nuestros hijos a detectar la propia vulnerabilidad, a respetar la del otro. Enseñemos a reconocer las emociones propias, las bonitas y las feas (porque no está prohibido tenerlas feas), así como las emociones que podemos suscitar en los demás. Comprender el dolor en el otro, la empatía es un bien tan preciado como escaso en nuestra sociedad: el antídoto de muchos males.

El síndrome del emperador supone una alteración estructural en la familia en dónde el niño posee la autoridad.
Hacernos amigos de nuestra vulnerabilidad
Una vez leí en alguna parte que la angustia temporal es humana y necesaria, que dota de profundidad a las personas. No aceptamos que somos imperfectos y que somos vulnerables, que tenemos miedos que nos sacuden las noches, que a veces nos equivocamos y los proyectamos en los otros. Tampoco queremos ver que a veces no encontramos la solución clave al problema, que necesitamos que nos ayuden.
La sociedad nos empuja a escondernos, a acallar esa música que tenemos en nuestro interior, a etiquetar como síntomas manifestaciones puramente humanas. Nos comparamos sin querer y buscamos adormecer nuestros miedos y nuestros fracasos con pastillas, con comida, con violencia, con drogas, con alcohol o con otra persona. Nos comparamos con ídolos imaginarios que no existen, y que ni tan siquiera hemos elegido nosotros mismos.
Negar la vulnerabilidad supone también negarse a las emociones, negarse al amor, negarse a que el mundo nos emocione, nos enseñe, nos hiera y nos conmueva.
Si todas las personas aceptasen su propia vulnerabilidad, viviríamos en un mundo mejor, porque los seres humanos tenderíamos a vernos como iguales y si eso ocurre los demás dejarían de ser seres rivales y dignos de envidia.
Quizás tu vulnerabilidad no suene como la música de unas maracas, pero recuerda que está ahí y que puede crear canciones maravillosas en solitario y en compañía. No dejes de sonar nunca.
mayo 20, 2017 en 9:25 am
Compañera, eres fantástica! Gracias por recordarnos esto tan importante. Hablas, escribes y eres desde la profundidad. Un saludo