Existe una clara duplicidad en mi, me siento a la vez psicólogo y naturalista; y me interesan de igual modo las enfermedades que las personas, o sus rarezas. Puede ser que sea un teórico y un dramaturgo a la vez, me arrastran de igual manera lo científico y lo romántico, y veo constantemente ambos aspectos en la condición humana, y también en esa condición humana quintaesencial de la enfermedad… los animales contraen enfermedades pero sólo el hombre cae radicalmente enfermo.
Oliver Sacks [El hombre que confundió a su mujer con un sombrero]
Mi trabajo, mi vida, gira en torno a las personas que no están bien… pero ellos me hacen pensar en las cosas de un modo, que de otro modo quizás no haría. Esta gente me hace cavilar constantemente, y mis cavilaciones me llevan constantemente a esta gente, de modo en que en cada historia hay un trasiego continuo de una cosa a otra. Fue Hipócrates el que introdujo el concepto de «enfermedad», de forma que la enfermedad sigue su curso, desde sus principios pasando por el «clímax» y después el desenlace fatal o feliz. A mi, no me gusta el concepto de enfermedad, porque arranca la personalidad de mi gente, les roba el nombre y pasan a identificarse a si mismos como «Yo el enfermo, ¿No me reconoce?». Pues no. Los historiales son una forma de historia natural, pero nada nos cuenta del individuo ni de su historia, de su experiencia mientras lucha con lo que tiene y trata de sobrevivir o ser feliz. Estoy cansada de las «frases rápidas» – hembra, 31 años…, Podría aplicarse igual a una rata que a un ser vivo, humano. Por ello, hay que sacar a la persona de ese círculo… a ese ser humano que se aflige y lucha, que padece. Hemos de profundizar en esa «fatídica historia» y convertirla en una narración o en un cuento. Solo así tendremos un «quién» además de un «qué», una persona real con dificultades reales.
Y entonces, llega esa persona de ojos cansados, de apariencia derrotada y me confiesa que «es un ser enfermo y depresivo» un ser vulnerable del que uno no puede fiarse, cuya inestabilidad es arriesgada. Y entonces yo les pregunto el nombre y les comento lo hermosa que se pone nuestra tierra cuando llueve, Galicia. Y entonces ellos se fijan en las flores que deposito en un pequeño jarrón al borde del escritorio, situándolo hacia el centro de la mesa pensando en que su inestabilidad personal terminará por romperlo. Posiblemente quieran seguir hablando de su enfermedad, pero yo continuaré llamándoles por el nombre y haciéndolos únicos poseedores de su identidad. Y al final, después de un buen rato de conversación entre Juan, María, Carla o Eloise… terminan acercando las flores y oliéndolas, sin ser conscientes del progreso que han hecho.
¿Y qué hago con estos pensamientos, estas preocupaciones e ideas que no me dejan dormir?
-. No sé, ¿Qué quiere hacer usted con ellas? Al final le pertenecen, son solo suyas.
-. Ojalá no fueran mías… No sirven más que para quitarme el sueño – responde
¡Tengo una idea! Escríbame un cuento, una historia fantástica con ellas. Cuando vengan, haga de ellas una narración. Haga como si lo malo no fuese tan malo. Inténtelo.
-. ¿Quién va a querer leer esas historias? Eloise parecía sorprendida
-. Yo las leeré encantada.
Una semana más tarde, al revisar el correo electrónico me sorprendió un mensaje de Eloise, esa mujer depresiva e inestable que no se atrevía a salir de casa para hacer la compra. Quería consultarme si sería una buena idea hacer unos dibujos para esas historias, porque de camino a la librería del centro comercial había descubierto una tienda con un montón de cosas. Dos semanas más tarde me envió otro correo para decirme que la historia tendría que retrasarse porque de repente le habían salido muchos planes.
Cinco meses más tarde Eloise me trajo flores a la oficina.
¿Y si lo malo no fuese tan malo?