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El Inconsciente colectivo: -. «Huye del rebaño»

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St, James´s Park Tube Station, Broadway (London). Año 2005

Hora punta en Londres, medio día. Recuerdo un bullicio importante en la boca del metro, mucha gente, demasiada hasta para una rata urbana -. Pensaba para mí. Era la tercera vez que cogía el metro desde ese punto de la ciudad, lo suficiente para poder permitirme unos segundos de divagaciones y deparar en los pequeños encantos que una ciudad multicultural nos ofrece. Pronto caí en las redes de la distracción, – ¡Tiempo muerto! -. El sonido de la guitarra del chico Irlandés, el brillo de las pulseras de la mujer hindú, su magnífica falda de seda de colores, la ajana, otra vez la sonrisa del joven irlandés… el olor a noodles chinos con soja. Permanecía allí de pié, absorta en aquel fabuloso escaparate cuando percibí bajo mis pies  una pequeña oscilación que me informaba de la llegada inminente del metro, todo el mundo se lanzó hacia el tren. Miré de reojo el  enorme reloj que colgaba del techo, me sentí brevemente amenazada por la aguja que marcaba y media.  Decidí correr, no tenía prisa pero corrí para llegar a algún sitio, quien sabe dónde. Las puertas del tren se cerraron súbitamente anunciando el fin del tiempo muerto. Íbamos muy apretados, a penas conseguía separarme de la multitud para poder remover en mi pequeña mochila, hombro con hombro. No pasaron ni dos minutos hasta que comenzó a extenderse un fuerte murmullo; resultaba molesto… Pronto localicé el origen de tal controversia. Dos jóvenes árabes habían entrado en el mismo vagón. Tardé unos segundos en someterlos al escrutinio de mi mirada, vestían una túnica blanca con una chaqueta negra que les cubría hasta la rodilla y una bufanda del mismo color que solo permitía ver la nariz y los ojos. Ambos llevaban una mochila de tamaño medio, uno de ellos sostenía un teléfono en la mano, con auriculares. Seguí con la mirada el cable de los auriculares, lo que me llevó rápidamente a sus ojos. Permanecí un buen rato mirando los ojos de aquel joven, eran negros y profundos, con pestañas largas y densas. No atisbé rastro alguno de maldad en aquella expresión, es más apreciaba su cadencia. El murmuro siguió «in crescendo» mientras él seguía sosteniéndome la mirada. La gente comenzó a removerse ante el detenimiento de la velocidad del tren, era la próxima parada. Recuerdo que durante aquellos segundos miré a mi alrededor y percibí la urgencia que todos tenían por huir de aquel vagón. Se contagiaba a la velocidad de la luz.  Eran cuestión de segundos, volví a mirar al joven, esta vez desafiante. Recordé el ritmo de la canción del irlandés, mis padres, mi hogar… eran lapsus de imágenes que viajaban a toda velocidad por mi mente. -. Cuando volví a parpadear, el joven árabe había retirado la bufanda dejando al descubierto los labios, una tímida sonrisa bajo la sombra de una perilla dibujada con esmero. Tenía calor, el bullicio de la gente aturdía mis pensamientos, comencé a sentir miedo sin saber de dónde venía -. Si hace tanto  calor ¿Por qué lleva una bufanda? Me pregunté, inventándome una congruencia absurda a lo que iba hacer.  Extendí la mano y pulsé el botón rojo de la puerta. Salí huyendo, igual que la masa.  

En cuanto mis botas tocaron el pavimento, no pude evitar pensar en lo que me diría “Viktor Frankl”  si estuviese allí. Quise volver al tren, pero ya era tarde. El joven se giró al otro lado del cristal -. “Universidad de Oxford” pude leer en su mochila. Mi reacción momentánea fue encongerme de hombros. Yo, amante de la diversidad cultural, del arte, la literatura, lo exótico… Yo seguidora acérrima de la diferencia, con naturaleza de pensamiento lógico, había perdido mi identidad y me había dejado contagiar de un miedo absurdo, nada propio de mi.

-. “No fue por ti, me dejé llevar por el rebaño”. Eso era lo que decían mis hombros. Y pese a todo, el me dijo adiós con la mano.

Ese día decidí que no quería ser una oveja.

¿Cómo influye la masa en nuestras propias decisiones? ¿Cuán de poderosa puede resultar la sugestión en grupo? ¿Por qué se transmite la inquietud de un ser humano al otro? ¿Existe una cultura del miedo? ¿Existe alguna posibilidad de huir del rebaño?

Viktor Frankl escribió una vez: Entre el estímulo y la respuesta existe un “pequeño espacio” En este pequeño espacio se encuentra nuestro poder para elegir la respuesta. En nuestra respuesta se encuentra nuestra libertad, y también nuestra capacidad para crecer como personas. La “Gran Masa” responde ante estímulos, no analiza el más allá, las opciones disponibles u otras alternativas más inteligentes. Incluso se deshacen de la responsabilidad de sus actos, por el mero hecho de actuar como los demás. Sobre esta base descansa la explicación de los comportamientos más irracionales, absurdos y carentes de inteligencia de nuestra raza, la humana.

Existe un poder inherente del “inconsciente colectivo” (terminología de Carl Jung) al que no podemos escapar, pero quiero pensar que no todo está perdido. A nivel cerebral, la diferencia fundamental entre los cerebros más primitivos como por ejemplo el de los reptiles y el de los humanos, descansa en la capacidad de raciocinio, esto es “los lóbulos frontales”. A lo largo de la evolución hemos aprendido una serie de respuestas, que por ensayo y error nos han resultado adaptativas. El proceso de esta información se hace de forma automática, para ahorrar recursos cognitivos. Es entonces cuando dejamos de funcionar como “Yoes” y comenzamos a ser un “Nosotros”, porque ese ahorro cognitivo nos resulta más fácil en relación a esfuerzo (y si, tendemos a la vagancia). Alguno de los inhibidores de conducta y promotores de la estupidez más analizados desde la psicología han sido los “prejuicios, el sistema de creencias y las respuestas aprendidas”

Viktor Frankl fue el creador de la Logoterapia; un tipo de psicoterapia basada en el análisis existencial centrado en la voluntad del sentido. El precepto, “todo ser humano es capaz de tomar sus propias decisiones” se convirtió en el antecesor claro de la Terapia Humanista-Existencial.

Que me perdonen Joseph Wolpe y B.F Skinner, pero si…esas milésimas de segundo entre el estímulo y la respuesta nos pertenecen, son exclusivamente nuestros. En ellos se reflejan nuestra madurez, la capacidad intelectual, nuestra motivación, los valores… Aún estamos a tiempo de marcar la diferencia. Piénsalo… ¿Cuántos trenes has perdido en la vida? ¿Cuántos más estás dispuesto a perder?

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Viktor Frankl (1905-1997) escribió una obra preciosa titulada «El hombre en busca de sentido»  dónde se puede leer «Pese a las condiciones más extremas de deshumanización y sufrimiento, el hombre puede encontrar una razón para vivir basada en la dimensión espiritual«. V. Frankl estudió neurología y psiquiatría en Viena (1933). En 1942 fue trasladado junto a toda su familia y su reciente esponsa a un campo de concentración en Theresienstadt y posteriormente Auschwitz. Sobrevivió al Holocausto pero toda su familia falleció en los campos de concentración. Tras su liberación regresó a Viena y escribió su obra, se doctoró en filosofía y se convirtió en profesor en diferentes universidades (Harvard, Stanford…) Murió a los 85 años en activo, impartiendo clases en la Universidad de Viena.

Lección 1: Las ovejas que dejan de ser ovejas, aquellos que consiguen huir del rebaño, no se encogen de hombros… observan el entorno, buscan información contrastada, optan por esperar el momento oportuno cual leones al acecho, conocen sus puntos débiles, acumulan información en sus sistemas. Aquellos que no pertenecen simplemente a la masa, ensayan el funcionamiento de sus lóbulos frontales, así… poco a poco… con el transcurso de los años consiguen marcar la diferencia. Consiguen Ser ellos mismos.

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Autor: Lorena Álvarez

Psicóloga, activista, trotamundos y una apasionada por la ciencia y las letras.

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