Uno no se despierta una mañana pensando sin más en Aristóteles, en mi caso como mucho sueño con Estargia fabulando sobre las aventuras de mis próximas vacaciones en temporada estival. Mientras la alarma del despertador suena, la cafetera vierte el café por toda la cocina, el agua fría de la ducha nos sorprende… y nuestra mente procesa todas las cosas que quedaron pendientes del ayer, dudo mucho que nos acordemos de Aristóteles. Llevamos puesto el piloto automático, corremos para llegar a tiempo a la cita que tenemos con los compromisos rutinarios, quehaceres… esas citas particulares de nuestra vida. Cita a cita, vamos construyendo la historia de nuestra existencia, conforme a nuestra agenda personal. ¡Qué gran realidad!
El otoño había llegado, pero el calor del verano aun no se había extinguido. El tiempo apremiaba, así que tuve que coger el autobús urbano en dirección al centro de la ciudad, pese a que la proporción de gente esperando y el hueco libre del 022, amenazaba con un agobio supino. Miré el reloj y me resigné a sufrir ignorando mi espacio vital. Una vez alojados en el autobús, dos mujeres de mediana edad comenzaron a discutir acaloradamente. No recuerdo bien las razones que les llevó a ese infortunio, pero entre el calor, la falta de espacio y esos gritos maldije cuatro veces el momento en el que decidí utilizar aquel dichoso autobús. Me dí la vuelta mirando de frente al cristal y me fijé en un anciano con corbata y sombrero de copa que se situaba de pié a mi lado. Creo que esbocé una sonrisa de resignación a lo que el respondió con una mirada elocuente y una frase que cambió mi agenda de ese día y de todos los demás días…
-. Hija ¡Tendríamos que volver a la Caverna!
Quise comenzar con Aristóteles, pero después eché en falta un viaje veloz a la Grecia en 420 a.C, esto es, Platón. Para cualquier analista de conducta, resultará todo un reto a lo largo de la trayectoria profesional, regresar brevemente a la Filosofía y jugar ingeniosamente con las ideas que nos llevan hacia el reto de la comprensión. Podemos comprender una idea filosófica en su parcialidad, discrepar en toda su globalidad… Sea cual sea nuestra opinión fundada en el raciocinio cocido a fuego lento en horas de dedicación, resultará “siempre” productivo. La Filosofía y la Psicología tienen mucho que ver, surgen de la misma semilla aunque una vez engendradas, ambas deciden continuar sus caminos por sendas distintas. Es hermoso analizar de manera detenida el legado que construyeron de forma conjunta, las aportaciones tan útiles que podemos poner en práctica en nuestro día a día como terapeutas.
Platón nos dejó un legado indiscutible en diferentes áreas, la antropología, la sociología, metafísica, ética.. Podríamos «saltarnos» algunas citas en nuestra vida rutinaria para tener un reencuentro con él, y a los ochenta años todavía nos quedaría algo por leer. -. ¡Que bonito resulta percibir que siempre nos queda algo por hacer!. En el diálogo socrático podemos diferenciar claramente las etapas evolutivas «del maestro». Me parece increíble percibir un atisbo de inmadurez en él, durante sus primeros años de juventud, -. Él desde el bosque sagrado de Acadermo y yo desde mi viejo sillón, jugamos al Trivial en versión 450 a. C ... Paideia! Al igual que cualquier otro ser humano pasa por una etapa de transición, desde su juventud hasta la madurez dónde la crítica ocupa el eje central. Desarrolla en esta fase la conocida Teoría de las Ideas y de los Mitos (El Mito de la Caverna) tan revolucionaria para la Psicología. -. Me encanta el Mito de la Caverna!
Cada idea es única e inmutable mientras las cosas del mundo sensible son múltiples y cambiantes. El conocimiento es la herramienta mediante la cual podemos captar la existencia del mundo, -. Nos deja miguitas de pan a lo largo del camino… Hablamos de dos mundos, uno sensible, el que percibimos mediante los sentidos, y el inteligible, percibido mediante la razón.
Me imaginé muchas veces desde el viejo sillón, cómo serían las citas mantenidas entre el anciano del autobús 022 y Platón -. ¿Serían como las mías? Todavía recuerdo esa cara perspicaz, esa intencionalidad tan suprema vertida en un comentario a la vez tan insignificante-. Tendríamos que volver a la Caverna!
A caso, ¿no sabría el hombre que los que vivían con la tentación de regresar a la caverna para liberar de las cadenas a sus compañeros siempre eran asesinados? – Y entonces, me imaginé muchas veces el anciano retirándose cuidadosamente su sombrero de copa…
-. Trivial!
Pd. Esto me recuerda que debo anotar en mi agenda una cita con Aristóteles.